miércoles, 23 de septiembre de 2009

La Ciudad Genérica

Comentario a partir de la reflexión de Rem Koolhaas en La Ciudad Genérica
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El barrio de Brixton no es lo mismo que el espacio que rodea, que encarcela, la Circle line de metro. Ambos lugares se encuentran en Londres, el primero en la periferia y el segundo en el centro. “El Centro” lleva consigo la pesada responsabilidad de no dejar de ser nunca encantador, tanto para sus ciudadanos (el centro es su orgullo) como para sus visitantes. Tiene el compromiso de ser, simultáneamente, el más viejo y el más nuevo; el más conservador y el más innovador. En definitiva, debe estar a la última y afrontar los retos de todas las oleadas de modernidad que le sobrevengan y, a su vez, debe evitar que éstas hagan vulnerable su autenticidad, su identidad. Madonna lo ha sabido hacer, ha sabido adaptarse a los tiempos sin dejar de ser ella en esencia, por eso todavía hoy sigue encandilando a su público de siempre y también a las nuevas generaciones. Pero, para las ciudades, incorporar la modernidad en la antigüedad (autenticidad) sin devaluar ninguna de las dos ha sido y sigue siendo una tarea muy ardua. Los centros sobrellevan esta enfermedad bipolar como buenamente pueden: unos fusionan ambas esferas en el mismo radio, haciéndose cada vez más grandes y grotescamente eclécticos; otros dejan fluctuar las nuevas corrientes de forma demasiado hospitalaria, mutilando así la identidad del centro; y otros (una minoría) optan por soluciones tan peregrinas, tan dantescas, como las que ha tomado Zúrich, construyendo la(s) modernidad(es) bajo tierra y dejando intacta su esencia en la superficie.

Por suerte o por desgracia, la periferia, la “Ciudad Genérica” de que habla Rem Koolhaas en su libro, no tiene ese deber representativo que tiene el centro. No debe ser Madonna, sino el dueto “chapero” Milli Vanilli. La periferia puede -de hecho, debe- reinventarse constantemente en función de sus necesidades. No tiene identidad, o al menos no tiene una identidad única e inmutable, lo cual es sinónimo de inexistente. En palabras extraídas literalmente de Koolhaas: «Es “superficial” -como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada lunes por la mañana». El autor nos describe, minuciosa y pautadamente, los rasgos más definitorios de la Cuidad Genérica en cada uno de sus ámbitos: población, urbanismo, política, sociología, lipservices, arquitectura, geografía, identidad, cultura, etc. Grosso modo –para no repetir todo lo que ya aparece en el texto-, la ciudad que aquí se refiere es la huella o, mejor dicho, la continuación (aún hoy sigue palpitando) de la explosión urbanística –consecuencia de una previa explosión demográfica- que nos ha legado la última década del siglo pasado. La Ciudad Genérica se dibuja como un territorio homogéneo y heterogéneo a partes iguales. Lo primero, por la estandarización y esterilización de sus formas arquitectónicas, sus prestaciones, etc.; lo segundo, por la multiculturalidad que la habita. Es una ciudad dormitorio; un nido de vida -sosegada, por cierto- entre las malezas. Es tan polifacética (china, paquistaní, judía, africana, etc.) que no tiene cara. No tiene carácter, ni un pasado común, ni unos buenos cimientos, ni un futuro cierto. El pragmatismo es el dogma de los que la crearon y abandonaron a su suerte a una edad prematura, de modo que la Ciudad Genérica suele funcionar como una especie de organismo biológico (o eso es lo que cuenta el humor descocado de Koolhaas).
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¿Cuáles son las peculiaridades de la Ciudad Genérica? La única peculiaridad que tiene esta suerte de modelo urbanístico es, precisamente, que no tiene ninguna. No existe el patrimonio ni rastro alguno de identidad compartida. Su sello, por decirlo de alguna manera, se reduce -en el mejor de los casos- a algún emoticono simplista y pueril que sus habitantes producen y reproducen en cualquier sitio: en el menú de un restaurante, en el rótulo de algún centro comercial, etc. Un monumento histórico, un museo costumbrista, los vestigios de un templo romano o la exuberante presencia de una catedral gótica son elementos que contribuyen a crear una memoria colectiva, una identidad común a todos los habitantes de una localidad. Todos esos componentes enorgullecen a sus ciudadanos y despiertan la curiosidad de los de territorios extranjeros. Son los atributos específicos de una comunidad lo que la diferencia de la que está al lado, y son éstos los que la hacen atractiva. La Ciudad Genérica no tiene ningún atributo que la diferencie y la identifique, sino que está completamente deshumanizada. La Ciudad Genérica, por tanto, no es un destino interesante –ni para la mirada extravertida, ni para el propio ciudadano. Cualquier rasgo es mitigado, pasteurizado y, finalmente, pasado por el filtro de la homogenización.

El problema de la Ciudad Genérica es taxativo, pero no deja de preocupar la hipotética situación en que puedan verse las metrópolis posmodernas (las postmetropolis, que diría E. W. Soja) en un futuro. Aterra pensar que el modelo “cínico y pragmático” que describe Koolhaas se propague por todos planos urbanísticos: ¿Qué será entonces de la identidad de los territorios? ¿Qué se hará del patrimonio? Margaret Thatcher tiró abajo todas las industrias y en su lugar hizo construir inmensos shopping malls. Luego llegó la nostalgia y empezaron a rehabilitarse y museizarse los restos de “vida” industrial que habían quedado para tener algo con qué identificarse; aunque Birmingham, por ejemplo, sigue siendo poco más que muros de obra vista y grandes centros comerciales en el extrarradio. ¿Dónde acaba la Ciudad Histórica y dónde empieza la Genérica?












Astrid García

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Crítica a Distrito 9

Para los que no hayan ido a ver esta película y tengan una vaga idea por el tráiler que no os echen atrás los viejos tópicos y prejuicios sobre ciencia ficción. Estamos ante un film que no dejará indiferente a nadie.
La película, que por su comienzo puede recordar un poco a Independence Day o Men in Black, no es puro espectáculo de monstruitos invadiendo la Tierra mientras los norteamericanos se dedican a masacrarlos con su impresionante potencial bélico. Aunque ciertamente la película tiene algo de explosiones, rayos láser y algún que otro efectismo para atraer a un público más infantil, o en cualquier caso genérico, también podemos encontrar ciertas reflexiones muy interesantes. La acción se sitúa en Johanesburgo, donde unos extraterrestres aterrizan en unas condiciones de hambruna y debilidad absolutas. Lo interesante de todo esto es el el enfoque, que se utiliza para explicar la historia. A modo de documental nos narran el rescate y tratamiento en calidad de refugiados cualesquiera que dan a estos seres con aspecto de saltamontes erectos. La conexión con el apartheid pronto se hace evidente. Con una mezcla de cinismo y humor negro muy inteligente aparecen hombres de color quejándose de lo poco civilizados que son estos seres, que no entienden la educación y costumbres humanas. El racismo y el etnocentrismo, palabras que utilizo a falta de otras más apropiadas, son algunos de los temas centrales del film.
En este sentido la película nos hace reflexionar sobre la actitud paternalista (como podría ser la del protagonista al principio) y hasta imperialista del "hombre civilizado" que en el fondo está dominado por la tecnología y el afán completamente amoral de conseguir más poder y control sobre el mundo o universo que le rodea. Mientras que los extraterrestres actúan de forma bestial, saciando sus deseos sin ningún tipo de límite (y es especialmente cínica la comparación que se podría hacer entre su adicción a la comida de gato con la adicción a las drogas y el tema del contrabando en ambos casos), los humanos adoptan un papel represor-corrector, sea en forma de educación y disciplina o con mano militar.
Otro aspecto muy bien tratado en el film son las dimensiones mesiánicas del protagonista, un antihéroe (feo, débil y vulgar), que se acaba convirtiendo por accidente en uno de los "Otros" sin dejar de ser uno de los "Nuestros". Un mestizo, el puente entre dos civilizaciones, culturas, razas, especies o como prefieran llamarlo. Esto le otorgará poderes para convertirse en un liberador de este pueblo extraterrestre marginado en un distrito de chabolas donde viven en condiciones paupérrimas, si bien lo hace por salvar su identidad originaria a la que nunca llegará a volver. Lo más interesante de todo es que se trata de una sociedad en la que todos sus líderes han muerto y solo quedan obreros, los cuales, no sin cierta controversia, parecen incapaces de tomar el control y liderar sus propias vidas con autonomía, como si fuese una masa sin cerebro. Esta visión, que podríamos considerar en cierto sentido fascista, queda, sin embargo, camuflada por el hecho de que no hablamos de humanos, lo cual deja abierta la posibilidad a que estos seres tengan, a diferencia de nosotros y en comparación con otros insectos como las abejas, algún determinismo genético para convertirse en líderes de su pueblo o personas con un rol social específico.
El protagonista acaba convirtiéndose en un mártir, en la leyenda de alguien ejemplar que dio su vida irremediablemente (se transforma en extraterrestre por accidente) para cambiar la situación insostenible de intolerancia entre pueblos y dar esperanza a los reprimidos, de entre los cuales uno consigue escapar con su nave en busca de ayuda para su pueblo, dejando el final algo abierto. El final en cierto punto trágico por la situación en la que queda el protagonista trae esperanza al resto de la humanidad por resultar su sacrificio un modelo de comportamiento universalizable a toda la especie humana.
La película, en definitiva, tiene diferentes capas interpretativas, y si bien uno puede quedarse con los rayos láser, los efectos especiales y las risas superficiales resulta difícil no percibir un trasfondo más elaborado en el que se pueden descubrir muchos detalles que hacen alusión a nuestra historia más oscura y vergonzosa con un estilo muy original, ameno, inteligente y feroz.
Por otra parte, los más escépticos, podrán encontrar leves incoherencias argumentales (como de dónde sale el combustible para arrancar la gran nave espacial tras veinte años) o la poca profundidad en la introspección psicológico-social de estos seres, que habría dado mucho más jugo e interés al debate, poco buscado, sobre la naturaleza social y biológica de estos seres, que lamentablemente unas veces parece compleja e interesante y otras demasiado simple y superficial. Precisamente por este último detalle no puedo darle mi máxima puntuación, aunque sí la recomiendo como una de las películas norteamericanas más interesantes del año.