sábado, 15 de agosto de 2009

¿Para qué sirve la literatura?

Autor: Antoine Compagnon; Ed: Acantilado, Barcelona, 2008.

Si la literatura es un viaje hacia la imaginación, Antoine Compagnon recurre al discurso para trasladarnos hacia momentos literarios. Catedrático de literatura francesa, Compagnon, a través del alegato inaugural de su cátedra, propone una reflexión sobre el poder de la literatura y el valor que actualmente se le otorga.

Parece que con este discurso, el catedrático quiere recuperar la idea que representaba el ideal de literatura para los intelectuales europeos del siglo XV. La república de las letras era el ideal utópico basado en la idea de Platón donde la verdad y la educación eran los pilares esenciales. Compagnon, sin nombrar este concepto expone las razones por las cuales son necesarios los textos literarios. ¿Por qué leer? preguntaba también el crítico Harold Bloom en su libro ¿Cómo leer y por qué?.

¿Por qué sentimos? ¿De donde nos vienen las sensaciones? ¿Qué oculto placer nos acerca a la literatura? Se podría ofrecer a Bloom y a Compagnon una posible respuesta. La literatura es el canal que favorece el conocimiento, el autoconocimiento y la formación, que nos descubre facetas de nosotros mismos y de los demás, que nos muestra un abanico de emociones, quizás algunas de ellas desconocidas o acaso aletargadas durante algún tiempo. La literatura está llena de aromas apuntaba Walt Whitman, a lo cual, Federico García Lorca parecía que respondiese en la misma línea la poesía no quiere adeptos, quiere amantes. Ambas frases ya indican que el hecho literario, por lo menos para ambos escritores, es como un sentido que traspasa la piel y llega hasta lo más hondo de las vísceras. Si la poesía requiere de amantes, leer un buen poema o escuchar un rapsoda recitar puede trasladar al lector al éxtasis, al momento de felicidad y evasión sólo equiparable al orgasmo.

El siglo de las luces aportó un espíritu cosmopolista y universalista de la literatura. Voltaire ya apuntaba la idea que la literatura podía redimir a la población de la historia trágica reciente, de una Europa devastada por las guerras. La literatura podía unificar aquello que el hombre había separado con su hostilidad. Para Voltaire la literatura ya implicaba algo más que una suma de letras escritas.

Antoine Compagnon no predica, como Voltaire, una idea de redención aplicada a la literatura, aunque reconoce que la lectura de una novela, de un poema conlleva un sentimiento de empatía que provoca, por momentos, la inevitable identificación con los personajes. El lector vive sus vidas, sus alegrías y sus tragedias. Renuncia a ser él mismo con sus circunstancias para dejarse seducir por las palabras que absorbe. Una novela puede enseñar más que cualquier ensayo filosófico -dicen algunos- y la lectura es como el opiáceo que lleva al estado de placebo.
Es cierto que cuanto más lo tomamos, más queremos tomarlo. No en vano nos acerca al éxtasis. La lectura es éxtasis, es transmisión. Pero innegablemente es un error pensar que es necesario leer todo lo que nos recomienden, incluso si los textos pertenecen al canon “de lo que hay que leer” y que si no leemos estaremos en el canon “de los estigmatizados y desacreditados”. Robert Musil en su libro L’home sense qualitats[1] presentaba el personaje de un bibliotecario que no se había leído ningún libro pero que los conocía todos por los catálogos. Su visión de conjunto era prioritaria a la individualidad del libro, ya que nunca en su vida, por muchos años que viviese, podría leerse todos los textos. Saber relacionar autores, movimientos, temas, géneros y textos era más completo que invertir el tiempo en un solo libro… ¿la sociabilidad ante la individualidad?
Con esta anterior reflexión no quiero dar a entender un rechazo hacia la literatura, todo lo contrario. La literatura es libre, nos enseña y nos ofrece el poder de la palabra. Aunque sí, es preciso desacralizar la lectura para que mantenga ese formato de libertad, para que no nos encadene. Si, como apuntaba anteriormente, la literatura aporta conocimiento, es necesario que cada cual lo obtenga en su justo momento y proceso. Sin saturarse, tomándolo sólo cuando sea posible digerirlo. ¿Por qué forzar un conocimiento cuando no es nuestro momento? Hay que vivir y sentir la literatura, tanto si pertenece al canon como si no, porque aunque inmediatamente no lo sintamos, algo resuena en el interior de uno mismo... Y olvidémonos de las recomendaciones que no nos apetezcan, si forman parte de nuestro aprendizaje ya vendrán. Al fin y al cabo la lectura es un acto onanista, de autocomplacencia donde el amante -recordando a Lorca- es uno mismo. Y en la búsqueda del autoconocimiento los sentidos, las sensaciones y, sobretodo las pasiones que se desatan con la lectura nos hacen crecer.

[1] Musil, R. L’home sense qualitats Edicions 62. Barcelona, 1993.

Ester Bueno

jueves, 6 de agosto de 2009

La conexión divina, la experiencia mística y la neurobiología. Francisco J. Rubia (2003)

Este libro de divulgación científica nos muestra de forma accesible (y a la vez muy interesante) una segunda realidad, algo que se viene olvidando desde hace relativamente poco. Era necesario un estudio sobre el mundo de lo sobrenatural desde una determinada postura que no suele tratar estos temas: no estamos acostumbrados a que la mirada científica considere asuntos que trascienden lo estrictamente material, aunque según el propio Francisco Rubia, autor del libro y neurocientífico muy reputado, “no sólo los místicos han reivindicado esta segunda realidad, también científicos de la talla de Newton o Einstein lo han hecho”.

Si el siglo XX fue el siglo de los medios de comunicación, no hay duda de que hoy nos encontramos ante el análisis de la información “más allá” (o “más acá”, en el caso de que no osemos transgredir los límites del cerebro). Analizar la experiencia del mundo en el plano de las neuronas es posible: la neurobiología, de hecho, empieza a desencajar puertas que pretenden ser abatidas en los próximos años; se buscan caminos hacia respuestas que esperamos desde mucho tiempo atrás.

Para nadie es un misterio que el ser humano se ve rodeado de preguntas tan antiguas como la especie, y sin embargo tan actuales aún por no haber sido resueltas… A lo largo del lento transcurrir de los siglos, filosofía y religión han aventurado respuestas sobre el origen de la vida y el final en la muerte; luego llegó el turno de la ciencia. Hoy en día nos parece imposible teorizar sin avales científicos y materialmente mensurables, hecho que invalida miles de años en los cuales la espiritualidad fue una condición sine qua non para el ser humano. Este libro, sostiene sin embargo que la negación de dicha espiritualidad ha sido una equivocación, y propone un campo de estudio aún por explorar.

Aventurando la opción de estudiar la experiencia mística en claves neuronales, podemos preguntarnos si existen en el cerebro estructuras que producen las percepciones llamadas también numinosas. No olvidemos que, independientemente de la existencia o carencia objetivas de lo sobrenatural, el ser humano ha trabajado con la posibilidad de lo divino a lo largo de toda la historia. Podemos ver a través del conocimiento de sociedades pasadas que los humanos llevamos en nuestros genes la capacidad, e incluso el anhelo de trascendencia. Si realmente es una necesidad biológica o genética lo que empujó a nuestros ancestros a la visión del mundo a través de la fe, estaremos obviando hoy en día una de las premisas para la salud neuronal humana. No en vano las consultas de los psicólogos ganan en adeptos día a día.

Un conocimiento más profundo de nuestro cerebro y de la activación de éste mediante las vivencias de lo sobrenatural ya mencionadas podría aportarnos, quizás algún día, vías terapéuticas ajenas a la química: ¿Será posible algún día el autocontrol cerebral? Quizá sea hoy necesaria una “neuroteología”, que estudie nuestro comportamiento cerebral hacia lo sobrenatural, o al menos cómo activar los mismos neurotransmisores que procura la experiencia religiosa sin tener que recurrir a fármacos, sustancias estupefacientes o técnicas nocivas para la salud de nuestro cuerpo.

Mª Jesús Conejo Antúnez

Benvinguda primavera

El sol tot just comença a escalfar. És un sol càlid i tebi, tímid i una mica vergonyós. És un sol que et mira des de la seva alçada i, amb magnificència, et diu: Ja pots sortir que encara no cremo.
Tu, fa estona que t’has desenganxat amb peresa dels llençols, uns llençols que t’han mostrat la seva vessant més afectuosa al llarg de la nit, que t’han acaronat amb tendresa i que, sense voler-ho, han fet que retardessis el moment d’alçar-te, però que, finalment, no han pogut evitar que contactessis amb el resplendent astre. Tens els cabells despentinats i el color blau dels teus ulls fa que defugis l’esguard suau però insistent de l’estrella solar.
Surts a la generosa terrassa del reduït habitatge. Busques amb la mirada una cadira lliure de la pols que s’ha anat acumulant durant l’hivern i t’hi asseus. Guaites el teu entorn com si descobrissis de nou el paisatge tantes vegades contemplat. És el moment de percebre i sentir els canvis esdevinguts.
Al carrer, rambla avall, les famílies han sortit de casa i s’hi passegen. Porten vestits de colors vius. El roig, el turquesa, el marfil i el taronja hi són presents com donant la benvinguda a la nova estació. La lleugera brisa desplaça les seves veus i les converses t’arriben amb tot detall com volent convidar-te a participar d’una vida que desconeixes. Els crits desencaixats dels infants et transporten a un temps passat, un temps d’ingenuïtat i d’innocència. Un temps que ni tan sols el pots relacionar amb l’escalfor del sol d’aquest país.
El so intens d’una sirena et retorna a l’actualitat. Pares atenció al brunzit del trànsit i t’imagines el color de cada soroll, vermell per a les sirenes, verd fosc per als autobusos i gris, extremadament gris, per als cotxes. Cada temporada té els seus colors i cada temporada, com acomplint un ritual, fas l’exercici d’imaginar-te’ls de nou.
Et sents observat. El gos de la veïna estudia cadascun dels teus moviments. Ell també dóna la benvinguda a la nova estació. L’animal se sent cofoi de mostrar-te el color cru del seu pelatge lluent i saltironeja darrere els insectes marcant un territori que mai ha estat seu. Al costat, la seva mestressa, una dona cansada i desgastada, fa neteja de les plantes velles, les mortes, les que no han suportat la gebrada diària i, delicadament, diposita les restes en una caixa, una caixa també vella i desgastada. És el taüt de les plantes, el fèretre de les flors. Ho fa sense cap ritus, sense litúrgies, sense sentimentalismes. Ella no sap que des del teu discret observatori espies els seus moviments igual que el seu gos espia els teus. Després treu d’una altra caixa les flors noves que posarà per substituir les velles i les pansides. Ara, la veïna, no sembla fatigada. Els colors de la nova vida li han donat l’aire que li faltava.
La roba blanca i eixuta dels terrats et saluda. Semblen les onades del mar que fugisseres van i vénen. Tanques els ulls, el teu esperit es desplaça i recordes. T‘allunyes fins que la teva imaginació et fa tocar amb la polpa dels dits l’esclat de les onades, aquell esclat escumós, blanc i fred del que fugies divertit quan encara no tenies ni edat de recordar. Sents una esgarrifança. El cel ennuvolat dels teus records eclipsa l’escalfor del gaudi actual. Afortunadament el so de l’aleteig rabiós d’una garsa riallera contribueix al teu retorn. Els teus llavis carnosos i molsuts somriuen amb picardia, vols parlar i narrar les sensacions viscudes però saps que no series just amb la intensitat de les vivències i ho desestimes.
T’hi quedaràs assegut una estona més. Seguiràs observant els colors vius de les famílies, el caminar nerviós dels adolescents, la misteriosa vida de les veïnes i el vol alegre de les aus nouvingudes fins que sentiràs que el sol, ara arrogant i poderós, allarga el seu braç i et toca amb una escalfor més intensa com volent mostrar amb actitud agosarada el que és, ha estat i serà, l’astre rei.
Ester Bueno